Saqué la tarjeta del metrobús, al mismo tiempo mi teléfono pausó la música para reproducir el tono de llamada, un número no registrado. Mi corazoncito, retomó la ilusión, entre la torpeza de la emoción, algunos segundos después en medio de un aliento de espera.
—Oye, Luis, ¿ya mandaste los archivos de esta semana?
—No soy Luis, creo que se equivocó de número.
—Ay, disculpa.
Colgué, no eras tú, no eras tú, no ibas a ser tú.